Había una vez un reino exótico y oriental llamado Serendip
cuya memoria se confunde con la imaginación. Los más viejos nos cuentan que
existió; que estaba en una isla que muchos, muchos años después se llamó Ceilán
y que hoy se conoce como Sri Lanka. A juzgar por la sonoridad de los nombres de
algunas ciudades de esa isla, como Trincomalee o Jaffna, bien pudo ser así. O
quizá Serendip siempre estuvo en Persia, el reino de los cuentos.
En el Reino
de Serendip se contaban muchas y maravillosas historias pero el azar quiso que
sólo llegáramos a conocer una. Se trata de la historia de los tres príncipes de
Serendip, individuos privilegiados no sólo por su noble ascendencia sino además
por el don del descubrimiento fortuito. Cuenta la historia que estos tres
personajes encontraban, sin buscarla, la respuesta a problemas que no se habían
planteado; que, gracias a su capacidad de observación y a su sagacidad, descubrían accidentalmente la solución a
dilemas insospechados. Tan peculiar debió
parecerle este don a un anónimo testigo que decidió inmortalizarlo escribiendo
el anónimo relato que llevó por título "Los Tres Príncipes de Serendip". Mucha gente leyó ese libro a lo largo
de los años. Pero cuando lo leyó el señor Horace Walpole en el siglo XVIII algo
cambió. A Walpole el don de los tres príncipes también debió de parecerle
sublime, si bien difícil de explicar, y se inventó al efecto una expresiva
palabreja: “serendipity”, una palabra que, dado que el señor Walpole era
inglés, tuvo su primera oportunidad de repetirse y crecer en el mundo
anglosajón.
Una serendipia es
un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado. Se puede denominar así
también a la casualidad, coincidencia o accidente.
... adoro, pues, las serendipias!