martes, 21 de enero de 2014

Una noche cualquiera

Una noche. Una calle. Farolas de ténue luz naranja. Sólo el ruido de algún coche. Nadie a la vista. Besos furtivos de una noche. No se sabe cómo pero no se olvidan jamás. Y son tan efímeros que parece imposible que se graben tan profundamente. 
Si ya no saben nada uno del otro. Amantes lejanos. Pero siempre presentes. Otros los toman y los dejan, pero aquellos besos robados permanecen. Sin pena ni gloria, simplemente están. Ella lo olvida todo bailando entre árboles bajo los tenues rayos del sol del atardecer. Y él, mientras, está olvidando sentado frente al mar observando el oleaje hipnotizador. Sus vidas siguen sin inmutarse, continúan como es irremediable. Pero por un segundo, un solo instante, una mirada desconocida les hace recordar aquellos tiempos en que no se sentían tan miserablemente solos. Aquel tiempo en el que se tenían a ellos, aquellos días en los que había alguien en quien pensar. ¿Y si el amor no existe y tan sólo es el escudo para protegerse de la soledad? Tantas veces se han repetido esa pregunta que ya no saben la respuesta, han perdido el significado las palabras y tan sólo son letras que no dicen nada. Ya no buscan esa emoción única e imposible, están hastiados de realidad. Y de soledad. Ella sueña con dejar atrás sus problemas y ansía la libertad. Él vive esperanzado con el momento de dejar de temer a la muerte. Sus vidas son extrañas y muy diferentes. No han vuelto a verse, no han sabido nada del otro. Y se han guardado un luto innecesario y simbólico que los ha reconfortado. Ella olvidó a todos sus amantes al acabar su historia. Él también. No pueden recordar el color de los ojos del otro, ni si eran más o menos altos o el tono de sus voces. En cambio, se les aparece vívido el tacto de sus cuerpos, tibios y frágiles, el olor de sus ropas, el estremecimiento cuando se rozaban sus manos. ¿Cómo es posible? Lo que no recuerdan, lo inventan. Siempre que se sienten solos vuelven a aquella noche de besos furtivos. Dos vidas marcadas por una relación de cinco días y seis noches. Parece mentira. Los dos siguieron su camino, que sólo se cruzó una vez. Todo queda en el olvido. Todo menos los momentos en los que uno se siente absolutamente vivo. Y ellos dos compartieron uno de esos momentos, lo guardan como un tesoro en el trasfondo de su memoria. Allí está siempre aquel recuerdo de que un día vibraron, lloraron y rieron sinceramente, compartiendo el silencio. Sintiéndose perfectos.