Una noche. Una calle. Farolas de ténue luz naranja. Sólo el ruido de algún coche. Nadie a la vista. Besos furtivos de una noche. No
se sabe cómo pero no se olvidan jamás. Y son tan efímeros que parece imposible
que se graben tan profundamente.
Si ya no saben nada uno del otro. Amantes
lejanos. Pero siempre presentes. Otros los toman y los dejan, pero aquellos
besos robados permanecen. Sin pena ni gloria, simplemente están. Ella lo olvida
todo bailando entre árboles bajo los tenues rayos del sol del atardecer. Y él, mientras, está olvidando sentado frente al mar observando el oleaje
hipnotizador. Sus vidas siguen sin inmutarse, continúan como es irremediable.
Pero por un segundo, un solo instante, una mirada desconocida les hace recordar
aquellos tiempos en que no se sentían tan miserablemente solos. Aquel tiempo en
el que se tenían a ellos, aquellos días en los que había alguien en quien
pensar. ¿Y si el amor no existe y tan sólo es el escudo para protegerse de la
soledad? Tantas veces se han repetido esa pregunta que ya no saben la
respuesta, han perdido el significado las palabras y tan sólo son letras que no
dicen nada. Ya no buscan esa emoción única e imposible, están hastiados de
realidad. Y de soledad. Ella sueña con dejar atrás sus problemas y ansía la
libertad. Él vive esperanzado con el momento de dejar de temer a la muerte. Sus
vidas son extrañas y muy diferentes. No han vuelto a verse, no han sabido nada
del otro. Y se han guardado un luto innecesario y simbólico que los ha
reconfortado. Ella olvidó a todos sus amantes al acabar su historia. Él
también. No pueden recordar el color de los ojos del otro, ni si eran más o
menos altos o el tono de sus voces. En cambio, se les aparece vívido el tacto
de sus cuerpos, tibios y frágiles, el olor de sus ropas, el estremecimiento cuando se
rozaban sus manos. ¿Cómo es posible? Lo que no recuerdan, lo inventan. Siempre
que se sienten solos vuelven a aquella noche de besos furtivos. Dos vidas marcadas por
una relación de cinco días y seis noches. Parece mentira. Los dos siguieron su camino, que sólo se cruzó una vez. Todo queda en el olvido. Todo menos los momentos en los que uno se siente absolutamente vivo. Y ellos dos compartieron uno de esos momentos, lo guardan como un tesoro en el trasfondo de su memoria. Allí está
siempre aquel recuerdo de que un día vibraron, lloraron y rieron sinceramente, compartiendo el silencio. Sintiéndose perfectos.