jueves, 12 de diciembre de 2013

yo

Soy un juguete del ego,
soy la marioneta del destino,
soy una ceniza del fuego,
soy la piedra en el camino.

Soy carne viva en mi mundo,
aquí, material moribundo.

Sara P.G.



Una obra mía bastante antigua. 
Por cierto, no soy pedante. Explicación: al decir que escribes poesía y tal, a la gente sueles parecerle un pedante de los gordos; un supergafapasta que, más que inteligente, quiere dárselas de gilipollas. No es mi caso. Evidentemente, como ya estaréis diciendo algunos. Yo sólo me las doy de absurda, no osaría a dármelas de nada más. Por favor. 
Como nota a pie de página pero aquí en medio diré que las musas me abandonaron hace tiempo y ya no escribo poesía. Pero siempre nos quedará París. 

La escribí hace años, pero sigue siendo muy real hoy en día. Es lo bueno de la poesía, nunca pasa de moda. Te saca lo más profundo y eso, por supuesto, no cambia. 
Aún hoy me parece la mejor de todas las que he escrito. 

Perder el tiempo.

"Esa engañosa palabra mañana, mañana, mañana, nos va llevando por días al sepulcro, y la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa."
Macbeth.


Voy a hablar sobre el tiempo y la vida, topicazos donde los haya, sí. Y lo declaro así porque no voy a revelar ningún secreto trascendental y místico, para qué engañarnos, pero el tiempo es una tema importante para mí, me inquieta y me fascina a partes iguales. Y me hace reflexionar mucho. Muchísimo. 

Sólo tenemos una vida, lo mínimo que podemos hacer es aprovecharla. Sólo se vive una vez. Lo sabemos, lo oímos hasta que las palabras pierden su intención y son sólo letras. Carpe diem, vive el momento. Pero ¿qué significado oculto tienen esas palabras? ¿Somos capaces de vivir cada día como si no existiera el mañana? ¿Somos capaces de aprovechar nuestro tiempo, de exprimir las horas, los minutos, los segundos?
Nos acecha constantemente el fantasma del pasado. Nos quedamos encallados en alguna historia melancólica, en un desengaño o en una gran desilusión. Y nos cuesta recuperarnos, por lo que sentimos que “malgastamos” el único recurso que tenemos asegurado: el tiempo. También derrochamos otra buena parte de nuestra vida pensando en el futuro, organizando e imaginando cómo queremos ser y dónde esperamos estar dentro de una semana, tres meses, diez años.
La vida se basa principalmente en tiempo, es su ingrediente fundamental. Sin tiempo no existiría la vida. Parece sensato pensar que lo único de lo que disponemos irremisiblemente es del día de hoy, el resto del tiempo es una posibilidad pero no una certeza. Ésa es la auténtica realidad. Es cierto que no podemos controlar nuestra mente, por lo menos no tanto como quisiéramos, y es inevitable hacer planes cuando estamos felices y nos sentimos seguros. Tampoco podemos (ni creo que debamos) olvidar nuestro pasado, ya que es lo que nos hace ser como somos y nos guía hacia cómo queremos ser y dónde aspiramos llegar.
Pero minimizando estos dos aspectos inapelables, yo decido que la sencilla frase “el presente es nuestro” sea real, que cobre un significado más contundente, más palpable. Que no se quede en la metafísica y los libros de autoayuda. Si sólo dispongo de tiempo, decidir qué hacer con él es mi obligación primordial. Si ni siquiera soy capaz de hacer eso por mí, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Perder el tiempo? 
Viéndolo así, creo que yo misma debo regalarme todo cuanto quepa en mi vida. 
Cuando pregunto si somos capaces de vivir el presente en realidad lo que quiero saber es si soy capaz de vivir así. Quiero hacer tantas cosas, vivir tantas vidas, que no me llega el tiempo. Y así nunca estaré satisfecha, siempre querré algo más. Más, más, más. Siempre querré ganarle la carrera al tiempo. Y es una carrera perdida de antemano, lo sé. El tiempo no espera a nadie, ni se retrasa ni corre, tan sólo va pasando. Nadie tiene poder para doblegar el tiempo a sus necesidades. Pero podemos decidir llenarlo de experiencias, o simplemente dejarlo pasar.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

No me he muerto. Gracias.

Tengo esto muy abandonado. Qué lástima. No es que haya estado muy ocupada ni que me haya atropellado un autobús, ni que me haya tocado la lotería y mi vida haya dado un giro de 180 grados (jaaaajajaja... en fin). Quería disculparme si es que tengo algún tipo de fan que lee estas memeces. Que no es el caso, ya. Bueno, os deleito con otra reflexión muy mía de cómo veo la vida y tal. 

Todos tenemos dentro un diablo, un Satanás que nos enciende y al que le gusta hacer travesuras. Sin embargo, nuestra conciencia nos dice lo que está mal y lo que está bien. Y encima, la muy cabrona nos hace sentir culpabilidad cuando juzga que algo no es del todo correcto. La libertad de acción de ese demonio interior se ve siempre reducida, y eso cabrea más al pequeño Satán. Los juicios de valor que hace nuestra conciencia son emocionales, los controlamos a medias y los sufrimos al 100%. Pero el mini demonio no entiende de juicios ni de sentimientos. Hace y deshace; si te gusta bien, y si no, dos piedras, amigo. 
Algunas personas carecen de eso que llamamos conciencia, o, si no carecen de ella, la tienen secuestrada y amordazada en un zulo cerebral. El demonio que llevan dentro esas personitas campa a sus anchas en sus cabezas y domina sus acciones, de manera que, al no sentirse nunca culpables, no tienen juicio. No pueden saber si hacen el bien o el mal. Quien tiene que decírselo "no está disponible en este momento, inténtelo más tarde". Esas personas, llamémoslas Belcebús, esos Belcebús repartidos por el mundo hacen daño y no lo remediarán nunca, porque sus conciencias, si es que existen, no tienen voz ni voto. 
Los seres humanos no dejan nunca de sorprenderme, cuando crees que los conoces, te sorprenden de manera estrepitosa y caótica. No aceptamos los cambios muy bien, las personas. Así que nos pasamos la vida flipando en colores, que tiene su lado divertido, no digo que no, pero otras veces flipar tanto es desesperante, frustrante y dramático.