martes, 20 de mayo de 2014

La absurdidad

Absurdo, irreal, loco, inimaginable, ilógico, sin explicación, sarero. Soy yo. Realmente creo que vivo tanto en otro mundo que ya no reconozco éste, el de verdad. Y quizás es mejor así. Pero no por eso voy a dejar de ser absurda hasta la médula, perdida, sin explicación. Sara, Sarita, Sara. Mezcla explosiva. Sólo tengo el absurdo que aparece en cada esquina que giro, en cada vuelta que doy. Siempre está ahí. En cada mirada, palabra, gesto, momento, respuesta, actitud y reacción. Me hace hacer cosas absurdas, decir cosas absurdas, pensar cosas absurdas. La gente normalmente no me entiende, pero lo aclaro hoy: es el absurdo*, que me persigue. Se ha empeñado en convertir mi vida en un gran absurdo enorme, el más grande de la historia de la humanidad. Pues vale, te declaro la guerra, absurdo. Pero ¿para qué guerrear? Vivir como hasta ahora (absurdamente, sin entender nada) es lo mío. Está en mi idiosincrasia particular, pertenece a mi definición y eso, querida yo, no puede cambiarse. Has llegado hasta aquí con toda la absurdidad posible y... ¿qué? ¿Ha pasado algo tan terrible? ¿Acaso no has disfrutado de tu absurda vida? El absurdo me persigue, pero no molesta. Ya no sabría vivir de otra manera, es como una droga para mí. Soy una auténtica adicta de la absurdidad. Y orgullosa. O no. Qué más dará. Qué absurdo todo... y qué bien me lo paso. 


*Nota aclaratoria (absurda, por supuesto): para mi entender, absurdo es aquello que no tiene lógica, ni sentido, que ocurre sin más. Aquello que te quedas con cara de boba diciendo: ¿me puede repetir la pregunta...?

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