Absurdo, irreal, loco,
inimaginable, ilógico, sin explicación, sarero. Soy yo. Realmente creo que vivo
tanto en otro mundo que ya no reconozco éste, el de verdad. Y quizás es mejor
así. Pero no por eso voy a dejar de ser absurda hasta la médula, perdida, sin explicación. Sara, Sarita, Sara. Mezcla
explosiva. Sólo tengo el absurdo que aparece en cada esquina que giro, en cada
vuelta que doy. Siempre está ahí. En cada mirada, palabra, gesto, momento,
respuesta, actitud y reacción. Me hace hacer cosas absurdas, decir cosas
absurdas, pensar cosas absurdas. La gente normalmente no me entiende, pero lo aclaro hoy: es el absurdo*, que me
persigue. Se ha empeñado en convertir mi vida en un gran absurdo enorme, el más
grande de la historia de la humanidad. Pues vale, te declaro la guerra, absurdo. Pero ¿para qué guerrear? Vivir como hasta ahora (absurdamente, sin entender nada) es lo mío. Está en mi idiosincrasia particular, pertenece a mi definición y
eso, querida yo, no puede cambiarse. Has llegado hasta aquí con toda la
absurdidad posible y... ¿qué? ¿Ha pasado algo tan terrible? ¿Acaso no has
disfrutado de tu absurda vida? El absurdo me persigue, pero no molesta. Ya no
sabría vivir de otra manera, es como una droga para mí. Soy una auténtica
adicta de la absurdidad. Y orgullosa. O no. Qué más dará. Qué absurdo todo... y qué bien me lo paso.
*Nota aclaratoria (absurda, por supuesto): para mi entender, absurdo es aquello que no tiene lógica, ni sentido, que ocurre sin más. Aquello que te quedas con cara de boba diciendo: ¿me puede repetir la pregunta...?
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